domingo, 30 de agosto de 2015

Para tener en cuenta 1: Diario de escritor

Piglia se cuenta a sí mismo en sus diarios

Sale en septiembre el esperado primer tomo de Los diarios de Emilio Renzi; LA NACION leyó sus páginas y muestra el viaje al nacimiento del escritor

Por Matías Néspolo  | Para LA NACION

A fin de mes, Piglia recibirá el premio Formentor. Foto: Archivo
"Nos vamos pasado mañana. Decidí no despedirme de nadie. Despedirse de la gente me parece ridículo. Se saluda al que llega, no al que se deja de ver. Gané al billar, hice dos tacadas de nueve. Nunca había jugado tan bien. Tenía el corazón helado y el taco golpeaba con absoluta precisión. Pensé que construía las carambolas con el pensamiento...", así comienza la historia con la entrada "Miércoles (diciembre de 1957)" del primer diario. Muchos años después explicaría en clases, conferencias, ensayos o ficciones que sólo se pueden narrar dos cosas: la muerte y el viaje. Y su relato pertenece al segundo grupo porque sin duda es un viaje. Un viaje de 359 páginas sin desperdicio a los orígenes de un universo llamado Ricardo Piglia. El periplo completo incluye otros dos volúmenes futuros, se presume que más de mil páginas en total, y abarca más de medio siglo de escritura ininterrumpida.
Se trata del esperado primer volumen de Los diarios de Emilio Renzi titulado Años de formación -le seguirán Los años felices y Un día en la vida-, que Anagrama publicará en la Argentina a principios de septiembre, días antes del estreno del documental 327 cuadernos, de Andrés Di Tella, sobre el proceso de gestación en libro de ese inabarcable laboratorio de su escritura y cocina autobiográfica de toda su obra conocido como sus diarios. El número preciso de cuadernos negros marca Triunfo, primero, y Congreso, después -"Sus páginas eran una superficie liviana que me ha llevado durante años a escribir en ellas, (...) convocaban a la prosa y al fraseo, como si fuera un pentagrama musical o la pizarra maravillosa de la que hablaba Sigmund Freud"- es otra boutade del Piglia, porque ni siquiera el autor de Plata quemada sabe cuántos conserva en realidad en cajas de cartón.
Los mismos que, al menos desde 2011, selecciona, edita, reescribe y, sobre todo, glosa y expande con el añadido de cuentos inéditos, comentarios y reflexiones desde el presente en un intrincado proceso de redacción. Proceso que cuenta de viva voz Emilio Renzi a sus 73 años desde un bar de Riobamba y Arenales en el maravilloso relato "Canto rodado", que cierra este primer volumen con una puesta en abismo de su propia construcción. Y como la honestidad de la ficción es una garantía perenne en Piglia -"el que habla no existe, aunque el contenido de lo que dice sea real", dice del narrador-, en esa puesta en abismo se revelan detalles concretos, como la identidad de quien mecanografía al dictado el libro (Luisa Fernández) dados los problemas de movilidad y el "embromado", diría Renzi, estado de salud del autor, que padece esclerosis lateral amiotrófica.
La otra vieja broma o guiño es la de su célebre álter ego (su nombre completo es Ricardo Emilio Piglia Renzi), que apareció por primera vez en 1965 como traductor de un cuento de Hemingway y autor del prólogo de la colección de policiales que dirigía entonces y a partir de allí presente en toda su narrativa, desde Respiración artificial (1980) hasta El camino de Ida (2013), porque aquí el desdoblamiento es completo. Es siempre Renzi quien escribe y ensambla "la novela de una vida".

Pero la vieja boutade que conviene tomar en serio es la de que todos sus libros no eran más que un largo rodeo para poder publicar algún día sus diarios. A la vista del primer volumen, está claro que Piglia no bromeaba, y probablemente ésta sea su obra cumbre. Imposible ensayar una definición genérica de Los diarios... porque todos los planos del poliédrico universo Piglia están presentes y se superponen: el teórico de la literatura que escribe ficción, el narrador que hace crítica, el biógrafo de sí mismo que enlaza a ambos mientras borra las fronteras entre cultura de masas y alta literatura o el mitómano que hurga en la verdad de cada acontecimiento, por nimio que sea.
Y lo sorprendente del caso es que esa extraordinaria máquina de narrar, narrarse y pensar la literatura en un solo movimiento de La ciudad ausente ya funcionaba desde el minuto cero. Como botón de muestra va el genial apunte de un precoz Renzi (o Piglia, da igual) un sábado de aquel lejano diciembre de 1957 sobre los emblemáticos personajes de Salinger y Arlt: "Comparar Holden Caulfield y Silvio Astier: los dos tienen dieciséis años (like me), uno se queja, tiene problemas existenciales, quiere irse a vivir solo a un bosque; el otro no tiene plata, roba libros, quiere ser escritor y resistir en la ciudad".
Pero volvamos al comienzo porque la cuestión de fondo de este primer volumen es: "¿Cómo se convierte alguien en escritor, o es convertido en escritor? No es una vocación, a quién se le ocurre, no es una decisión tampoco, se parece más bien a una manía, un hábito, una adicción, si uno deja de hacerlo se siente peor, pero tener que hacerlo es ridículo, y al final se convierte en un modo de vivir (como cualquier otro)". Y la manía de Piglia (o su conversión en Renzi) arranca poco antes de cumplir los 17, con esa entrada en vísperas de la huida de su familia de Adrogué a Mar del Plata, por la persecución política de la que era blanco su padre (un médico sindicalista encarcelado tras la Revolución Libertadora de 1955), y continúa con sus años universitarios en La Plata.
Un viaje iniciático en el que dejan huella las primeras lecturas, la pasión por el cine, amistades como la de Miguel Briante o encuentros con figuras como Borges o Ezequiel Martínez Estrada (que motivaría "Una visita", texto inédito hasta aquí), los primeros amores y las correrías sexuales (incluida su fijación un tanto edípica por las pelirrojas y las mujeres casadas), o la militancia y su evolución desde el rechazo al peronismo paterno, el anarquismo y el trotskismo hasta desembocar en la sociología marxista de su formación como historiador. Y ese viaje a los orígenes de Años de formación culmina no por casualidad en 1967, cuando publica los primeros relatos de La invasión y desaparece el personaje central de esta novela de formación, su abuelo Emilio, veterano de la Primera Guerra de pasado turbio que le costeara los estudios y fuese quien en verdad lo iniciara, con seniles recuerdos, en el arte del relato. "Son como esquirlas, flashes luminosos, perfectos, sin ilación. Así habría que narrar, pienso a veces." Algo que ahora agradece el escritor, que no podrá asistir por razones de salud a Mallorca el próximo 25 de septiembre a la entrega del Premio Formentor de las Letras 2015. Pero la historia continúa: al universo Piglia aún le restan dos entregas, y a juzgar por la primera, las expectativas son abrumadoras.
OTRAS BITÁCORAS ARGENTINAS:
Los diarios no tienen una tradición fuerte en Argentina, pero hay excepciones
En 2014, Abelardo Castillo publicó sus Diarios, que cubren un período que va de 1954 a 1991. Los Diarios de Alejandra Pizarnik aparecieron en 2013 en una edición de Ana Becciu.
Bajo el aspecto de la ficción, Néstor Sánchez incluyó como relato "Diario de Manhattan" en La condición efímera, de 1988.
El escandaloso Borges de Adolfo Bioy Casares, parte de un diario mayor, vio la luz en 2006.
Si, como dijo el propio Piglia, Witold Grombrowicz es un escritor argentino, entonces su llamado Diario argentino merece estar en esta tradición. Es parte de un más extenso y lo publicó, suelto, Sudamericana en 1967.

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